Que felicidad, te amo, te quiero y nunca te dejaré,
porque eres de mí. Si así me sentí una mañana fresca y florida, ya tenía nueve
meses de embarazada, y el se movía y sonreía dentro de mí.
Compre unos botines de los mas lindos colores, bordados
con manos de oro, esos pasitos eran para mi el más grande tesoro. También
escogí esas siete camisetas, suaves, finas, que guardan las más tiernas caricias, camisetas de la semana: lunes, martes, miércoles, jueves, viernes, sábado y
domingo, todas ellas me las lleve conmigo.
Llegue a mi hogar, estaba toda resplandeciente de
dulce ternura, con profunda felicidad, mi niña interior flotaba de placidez,
mostraba su belleza y me susurraba creativas melodías de Bache, ella me hacia
feliz.
Eran solo unos botines y siete camisetas que
cubrirían y mostrarían a la misma vez su pechito y pies de nácar rosado, suave como el
algodón, con olor a dios. Era la primera ropita que le compre a mi bebe.
Las guarde en su armario y allí dentro de su gaveta las vi brillar como los luceros
y con la magia de mi mirada las rocié de miel y caramelo.
Cuando salía de la habitación escuche el tras, tras,
tras, era el sonido de la puerta, ¡el
papá llegó¡ apresurada saque la ropita de la gaveta, como niña
pobre con su primer juguete, le mostré mis ilusiones de colores
pasteles.
Abrió su fría y rígida boca vomitando palabras sucias,
palabras feas, palabras incomprensibles “En esas vergas es que gastáis el dinero”.
Sentí que una daga me atravesó el cuerpo, el dolor y
la ira se apoderaron de mí, destruí la ropita, me desplome en el piso y llore de
sentimiento como lo hace una hija cuando pierde a su padre.
La luna ya se había escondido entre la brisa de las densas nubes del paraíso, cuando de pronto mi criatura comenzó a moverse dentro de mí, ese lento y divino movimiento me produjo más la alegría de vivir.
Levante mi mano para entrelazarla con la del papa, suavemente la coloque sobre la vida que anidaba dentro de mi, le murmure, toca y siente como se mueve; bruscamente retiro su regordeta mano y exclamo: "No, yo no soy médico". Dio media vuelta quedando de espaldas a mi.
La luna ya se había escondido entre la brisa de las densas nubes del paraíso, cuando de pronto mi criatura comenzó a moverse dentro de mí, ese lento y divino movimiento me produjo más la alegría de vivir.
Levante mi mano para entrelazarla con la del papa, suavemente la coloque sobre la vida que anidaba dentro de mi, le murmure, toca y siente como se mueve; bruscamente retiro su regordeta mano y exclamo: "No, yo no soy médico". Dio media vuelta quedando de espaldas a mi.