martes, 10 de septiembre de 2013

tan frágil



A hermosa se trasformaba mi madre, cuando se sentaba a coser mi vestido de  “Primera Comunión”, blanco como el alma de los pájaros, blanco como la leche maternal que alimenta en salud a la humanidad que sabe amar.
Colocaba su blanco y delgado pie sobre el pedal de su máquina de coser Synger,  la aguja  ese su corazón, corría  enlazando sus sueños como el encuentro con el Padre Celestial. Observaba y me hacia invisible, flotaba en el espacio, iba y venía, así de pronto desaparecía.
Los días transcurrían y no  lograba el sueño conciliar. Solo añoraba ese momento en el cual todo mi cuerpo virginal sería cubierto con el éxtasis viscoso en forma de traje de mujer.
La espera era inmensa, será que nunca  la costura iba a terminar, ¿Cuándo con el mi cuerpo cubriré?
Gruí, gruí, suena el motor de la maquina synger de mi madre.
Gruí, gruí  y la aguja corre,  el hilo dibuja un vestido fino, de brillante seda de papel. Gruí, gruí  ese sonido rápido, seguido, desbocado, que corre a gritos sobre el papel adolorido, en un penetrar forzoso rompe el hilo, ella suelta la tela, doy un paso hacia adelante, toma desquiciada la tijera y ella enfurecida me corta como si fuese de tela.
Siempre la quise evitar y así lograba volar, siempre lo pude muchas veces lograr, subir, flotar hacia el infinito, me perdía así mi alma se sentía protegida.
Llegó el gran día, era tal mi alegría que me sintiá muy grande, transparente, la bella niña mujer, cubierta de rosas blancas. Si era gigante como la esperanza, del tamaño de los sentimientos.
Arrodillada en el último puesto de la iglesia a todos mis compañeros como ángeles pude ver, pero yo  ese día era la gran y más bella mujer, que a Dios conmigo quería tener.
No hubo festejo, nada, a solas en el callejón de casa, mi tristeza no podía entender.