martes, 6 de agosto de 2013

EL PILAR


Cuando mi papá me llevo por primera vez al colegio me sentía extraña, asustada sin sabiduría, siempre me percibía así.

Caminamos y caminamos y así al colegio llegamos, este era semejante a un monasterio, grande e imponerte como la altivez de los caballos que patean cuando caen en lo profundo del hoyo, se levantan, cabalgan erguidos y libres su sendero.

Salió a nuestro encuentro una virtuosa monja de sonrisa bondadosa, rostro redondo y rosado. Dulcemente me tomo de la mano y condujo a un salón de clases, me dio papel, lápiz y muchos creyones de los mas bellos colores, no hubo intercambio de palabras en ningún momento, solo intercambio de fijas miradas, la ausencia de sonidos era abismal, cerrando la puerta me dejo sola en el lugar.

Pinte un majestuoso mar azul furioso, su oleaje bailaba y giraba al compás de la música de aves sonora enfiladas en el infinito cielo celestial. Perdida y tan sola como ese sentimiento de aislamiento y desamparo pinte un barco blanco en medio de ese mar en su triste soledad.

Se acababan las horas mientras dibujaba lo que era mi imaginaria evaluación. Oí de cerca las voces de papá y la monja, entraron al salón de clases.
Papá: Lili ya nos vamos.
Monja: Hasta mañana Dilida.
Lili: Me despedí con la mirada embobada.

Al llegar a la casa, papá le comenta a mi madre. ¨Lili paso horas haciendo un dibujo¨. Mamá me miró de forma burlona, dándole riendas sueltas a sus carcajadas. Al terminar sus punzantes expresiones, papá exclamo…Aura…
Sentí como mi alegre semblante cambio para triste.