Cuando mi papá me llevo por primera vez al colegio me
sentía extraña, asustada sin sabiduría, siempre me percibía así.
Caminamos y caminamos y así al colegio llegamos, este
era semejante a un monasterio, grande e imponerte como la altivez de los
caballos que patean cuando caen en lo profundo del hoyo, se levantan, cabalgan erguidos
y libres su sendero.
Salió a nuestro encuentro una virtuosa monja de
sonrisa bondadosa, rostro redondo y rosado. Dulcemente me tomo de la mano y
condujo a un salón de clases, me dio papel, lápiz y muchos creyones de los mas
bellos colores, no hubo intercambio de palabras en ningún momento, solo
intercambio de fijas miradas, la ausencia de sonidos era abismal, cerrando la
puerta me dejo sola en el lugar.
Pinte un majestuoso mar azul furioso, su oleaje
bailaba y giraba al compás de la música de aves sonora enfiladas en el infinito
cielo celestial. Perdida y tan sola como ese sentimiento de aislamiento y
desamparo pinte un barco blanco en medio de ese mar en su triste soledad.
Se acababan las horas mientras dibujaba lo que era mi
imaginaria evaluación. Oí de cerca las voces de papá y la monja, entraron al
salón de clases.
Papá: Lili ya nos vamos.
Monja: Hasta mañana Dilida.
Lili: Me despedí con la mirada embobada.
Al llegar a la casa, papá le comenta a mi madre. ¨Lili
paso horas haciendo un dibujo¨. Mamá me miró de forma burlona, dándole riendas
sueltas a sus carcajadas. Al terminar sus punzantes expresiones, papá
exclamo…Aura…
Sentí como mi alegre semblante cambio para triste.