Hace años un mañanero y grotesco domingo, siendo mis hijos aún niños, estaban peleando en su habitación.
El escucho sus gritos, en el acto elevo sus canillas insipidazas, y de un salto de rana se levantó.
Abrió violentamente la puerta de la habitación, entro furioso, el
escándalo ceso. Buscaba debajo de la cama, en el maletero, en el mueble,
hurgaba, haciendo caer todo al piso, hasta que saco dos bates de jugar
pelotas.
A gritos estrepitosos, con gestos contusionados de su boca, les
ordeno :"quiero que comienzen a golpearse", al mismo tiempo les
entregaba un bate a cada uno.
Todo sucedió tan rápido, no comprendía nada. Me senté lentamente en la cama con el cuerpo arrugado así guarde silencio.
Ellos quedaron fríos y así estáticos como momias. Furioso los sacudio,
les coloco a cada uno un bate en sus manos. Sus brazos caían hacia
abajo, no sostenían con fuerza los bates, entonces le grito: a
golpearse, deseen coñazos, duro, muy duro. Ellos comenzaron a darle,
pero no a sus cuerpo, sino que golpeaban los bates, parecían que
estaban jugando a las espadas pero con bates.
La escena, el sonido de los bates TAC- TAC , sus gritos y actitud
fuera de control a la vez que mis pensamientos murmuraban: si se dan en la cabeza, sangre va
haber sangre, permaneci inmóvil...
Aún recuerdo a mi hijo menor, con los ojos desorbitados, llenos de
lagrimas, con un rictus de desesperación, suplicándome ¡Mamá ayuda!
¡Mamá ayuda!
Y yo no hice nada… ¡Falle! Perdón Alejandro.
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